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La pandemia por COVID-19 marcó un antes y un después en el mundo laboral, llevando a millones de empleados en todo el mundo a abandonar las oficinas para trabajar desde casa “solo por un tiempo”. Sin embargo, para miles de industrias, esta modalidad se estableció de manera definitiva. Para algunos, este cambio ha significado una evolución, pero también ha desatado un interminable debate sobre sus consecuencias, y una de ellas, la más preocupante para mí, la inevitable desconexión humana. 

En la oficina hay algo que no puedes obtener desde casa: el contacto humano. Y uno de los efectos más evidentes del home office, ha sido la notable disminución de la interacción entre colaboradores.  

Antes, las pláticas informales, los desayunos y comidas compartidos, las reuniones espontáneas y el pastel sorpresa el día de tu cumpleaños eran parte fundamental de la cultura empresarial. Bastaba con acercarte al lugar de alguno de tus compañeros para preguntarle alguna duda, o revisar juntos un proyecto en minutos, sin tener que mandar un invite y a veces esperar hasta dos días, porque las agendas están ocupadas. Teníamos interacciones humanas inmediatas, que el trabajo a distancia no puede ofrecernos.  

Por otro lado, para muchos, el home office trajo una sensación de control: la libertad de organizar el día y equilibrar el trabajo con tus ocupaciones diarias. Solo que esta libertad nos trajo un costo: la soledad del trabajo remoto que ha generado aislamiento emocional, lo que se puede traducir en posibles trastornos del estado mental. Además, estar “siempre disponible” y trabajar más horas porque estás a dos metros de la computadora, se ha vuelto una realidad para quienes hacemos home office, cruzando los límites entre la vida personal y laboral, lo que nos lleva a un agotamiento continuo y abrumador, sutil, pero constante 

 

Para empezar, ¿de verdad somos tan productivos desde casa como creemos? Suena increíble decir que te concentras mejor “sin distracciones” y que tienes un horario “flexible”. Pero seamos honestos: trabajar en pijama, estar en una reunión mientras cocinas, meterte a bañar entre una junta y otra, conectarte desde tu sala o comedor sin tener que peinarte ¿realmente no afecta la productividad? El trabajo en equipo no es lo mismo a través de Zoom, Teams o Google Meet. Sin mencionar esas juntas interminables, que pudieron haber sido un mail o un mensaje de whatsapp.  

El home office es cómodo, pero seamos realistas, te estanca. No importa qué tan bueno seas en tu trabajo. Todo fluye con más facilidad cuando las ideas se intercambian cara a cara, incluso el desarrollo profesional puede acelerarse.  

La presencia física fomenta la competencia sana, las oportunidades de crecimiento y el networking que sucede en las pláticas de café, en un pasillo o en el elevador. Sin embargo, esto viene con una alta dosis de estrés: volver a lidiar con los desplazamientos diarios, la rigidez de horarios y el caos que esto implica. ¿Estamos dispuestos a sacrificar nuestra comodidad y paz mental por subir un escalón más en la oficina?  

¿Queremos estar en home office para siempre? Sí, tiene sus ventajas, pero también sus trampas. Regresar a la oficina, aunque no nos guste admitirlo, podría ser lo que necesitamos para sentirnos parte de algo más grande que nuestra sala. Así que, tal vez la pregunta correcta no es si queremos regresar a la oficina, sino si estamos dispuestos a afrontar lo que perdemos al no hacerlo. ¿Qué prefieres? ¿La libertad de trabajar desde casa o la interacción humana a pesar del caos que conlleva?  

En términos emocionales, ambos escenarios presentan grandes desafíos. Mientras que el home office puede alimentar el aislamiento emocional por la falta de interacción humana, la oficina puede intensificar la presión social y el estrés laboral. El reto está en equilibrar el bienestar emocional y el desarrollo profesional, sin comprometer los beneficios que el trabajo remoto ha traído. Quizás el modelo híbrido sea la respuesta, pero mientras tanto, el futuro es incierto y la lucha entre el home office y la oficina seguirá presentando las tensiones más profundas sobre el control, la productividad y el sentido de pertenencia en el mundo laboral. 

Diana Ordoñez

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